la faena




El martes, toda la mala suerte del mundo me perseguía... hasta que la vi...

Venía ella de dar vueltas en el jardín principal de san miguel el alto, pues tenía el pelo lleno de confeti y se había detenido a quince pasos frente de mí para sacudir su cabello y mi juicio...

Esa mañana fui al colegio como siempre, me había desvelado poniéndome al corriente con pendientes que no me permitieron preparar bien mis clases así que llegué al salón de maestros para saber que tenía que improvisar revisando mi programa, son niños de secundaria de colegio que hay que tener trabajando porque si no se paran a platicar y a estrellarle la cabeza a sus compañeros sobre el pupitre y así llamar la atención de su compañera que tienen al lado, y que a pesar que los tengas con mil labores lo harán en cuanto crean que no los vez, pero haciéndoles actuar como que trabajan es más fácil distinguir a los desordenados.

Las clases transcurrieron bien, tenía el plan de dejarles suficientes ejercicios para que me dejaran revisarles el cuaderno pero hubo algunos que terminaban tan rápido o me preguntaban dudas de las indicaciones que no me dieron chance de revisarles a todos así que mañana habrá que aplicar la misma dosis, además que me gusta explicarles de manera personal a cada uno para comprobar que estoy haciendo bien mi trabajo.

Saliendo de clase se me había olvidado por completo que tenía que ir a San Miguel a tomar fotos de la corrida de toros, quizá la desvelada o a lo mejor la cantidad de trabajo que me esperaba en la oficina y en la papelería me hicieron olvidar tan importante evento.

Llamé a Hugo como de rutina cuando salgo del Colegio y entonces me recordó la agenda, afortunadamente antes que se diera cuenta de mi amnesia, él definitivamente no iría a san miguel para evitar a cierta persona que no quiere encontrar, así que le pregunté por alguien que me acompañara y me ayudase a identificar gente del hermoso san julián, sugerí un amigo y estaba disponible, nada más afinamos detalles y se organizó.

Salimos de San Julián y empezó todo, tráfico y no conocer la ciudad, tardamos más en estacionarnos que en viajar por la carretera para llegar a "la joya arquitectónica de los altos de jalisco".

El estacionamiento hasta eso no era exageradamente caro como suele serlo en las fiestas municipales, 30 pesos, pero no era ni el más cercano ni el más seguro, estábamos al lado del río y bromeábamos que el coche se cairía a la corriente y regresábamos sin coche, pero eso lo dijimos para quemarle al día ese acontecimiento y así, que "ya no sucediese".

Caminamos tres cuadras y llegamos a la plaza de toros donde por media hora no encontrábamos a nadie de san julián para publicarlo en la revista, después el amigo invitado llamado Juan Pablo Carpio me dio la clave, "todos los de san julián en realidad el día que vienen es el domingo, no el martes" y pues bueno, aun así buscamos.

Encontramos a los Chapeteados, jefes del papá de Hugo, las hermanas de Hugo y a un señor que yo no reconocía realmente pero él a mí sí.

También le tomamos foto a la reciente reina actual de san miguel la cual le transmitimos la mala suerte de que varios hombres grandes de edad nos empezaron a pedir que les tomáramos fotos como si se tratase de una edecán o una artista de telenovela.

Empezó la música para cortar la plaza y encabezó la madrina, así que le indiqué a mi amigo que me asistía con los nombres de las personas que era hora de escapar de las gradas para tomar valor e ir a las protecciones del ruedo desde donde tomaría las fotos a los temibles toros y valientes toreros.

Salimos y antes hicimos una pausa en la tienda para comprar agua, pues ni habíamos comido, cuando fuimos a la puerta de los toriles no nos dejaron entrar, no estábamos acreditados, de nada servía tener mi camarota colgada al cuello, una camarota reflex negra profesional con un lente de de 150 milímetros que indicaba que si estaba viéndole los piojos al toro, probablemente estaba muy cerca de él...

Pero el de la entrada me dijo no, no y no, sin acreditación no se podía hacer nada, que intentara buscar al encargado pero que era algo imposible y eso sonaba muy razonable pues ya habían empezado a escucharse los "oles" y ni modo que se perdiera la fiesta por ir a atender a un supuesto fotógrafo no acreditado y dejarle entrar gratis a él y a su acompañante.

Se deshizo de mí por un instante cuando me dijo que a lo mejor "Pablito" en la otra puerta me dejaría entrar, pero el empresario responsable del evento me dijo, ningún "Pablito", sin acreditación no entras y esas se dieron en la mañana.

Estaba por darme por vencido o con la tentación de comprar mi boleto de $250 pesos por cabezón, y tenía ganas de entrar a ver mi primera corrida de toros en la vida.

Regresé a la puerta de los toriles y tenía una cara de frustración que me notó el de la puerta cuando sacaron al primer toro muerto, el portero vio mi valor al pararme frente a los enormes percherones que casi me atropellaban y jalaban al derrotado y humillado toril, por supuesto que tuve cuidado de todos modos y miedo, pero debía tomarle una foto al torero con mi telefoto aunque sea desde ahí, pues no tenía evento sin una foto de algún torero en pose de gloria.

Cuando le vi su cara de sorpresa le pregunté, "¿qué, no vez por ahí a Pablito para que nos deje entrar?

Entonces me pidió mi credencial de prensa y cerró la puerta para buscar a ese "alguien" que le otorgara permiso para dejarnos pasar.

No estaba tan mal el día, a penas salía el segundo toro llamado "el amigo".

Resulta que estuve tomando fotos al lado del empresario que había organizado y administrado el evento, ahí me enteré que era primo de la mamá de mi socio Hugo, mismo empresario que nos dijo en la taquilla "sin acreditación no entras" y que ahora me decía, "me hubieras dicho que eras el amigo de Hugo" con una risa de ironía.

Entró al ruedo Arturo Macías, luciéndose con una maestría para mover el capote y enfrentar al toro llamado "el maestro" con el que me di cuenta porqué existía la afición por matar un animal.

También, por la velocidad por la que pasaba a mi lado el toro, me di cuenta del valor necesario para cruzar de la protección donde estaba yo, al ruedo donde la sangre estaba fresca, por momentos dejaba de tomar fotos para aplaudir.

Una hora antes de partir viaje le había llamado a mi ex jefe, el "Lupillo" quien era el comisionado para tomarle las fotos en los toros de león para el periódico am, pero resultaba que descansaba este día, nuevamente me salvaba pues el mejor de fotógrafo que había conocido, Chuy Montoya, iba llegando para darme el consejo que buscaba para tomar la foto certera y válida.

La plaza llena de empresarios, de mujeres hermosas y elegantes se ponían de pie para aplaudir al nuevo ídolo de México, Arturo Macías, que esa tarde fue quien más impresionó y me regaló unas imágenes con las que les dejaré boquiabiertos varios.

Un empresario vio la revista y me prometió una visita a la oficina para hablar de negocios y una posible compra de publicidad, Dios nos bendecía.

Estaba en mis mejores fotos, fotos que me hacían brincar de alegría pues sabía que estaban saliendo increíbles y correctas cuando la cámara me dijo que ya no había espacio en mi memoria.

Inmediatamente me puse a borrar fotos que creí innecesarias, contaba mi pantalla 340 fotos y aunque borré cerca de cien y moví todo de todo en la cámara, la pantalla seguía marcando memoria llena, le pregunté a un colega y le pregunté a otro, me prestaron otra cámara la cual también confirmó lo que decía la mía, no cabía una foto más en mi memoria y faltaba una foto importante, la del empresario que era primo de mi socio Hugo y los organizadores del evento...

la última foto que tomé era magnífica, Arturo Macías con el gesto de la bravura acariciando el lomo del toro furioso tratando de poner sus pitones en el capote, mis colegas que trataban de ayudarme a arreglar mi "Lucy in the sky with diamonds" (como había bautizado mi cámara), aplaudieron y chuleaban mi foto y ahí se me ocurrió que era esta magnífica imagen era la que causaba el conflicto.

Uno de los fotógrafos me dijo "ahorita vas a sacar fotos mejores, bórrala"... la contemplé por última vez y le di borrar, como si se hubiese tratado de una maldición o una profecía, pude seguir tomando fotos hasta que la cámara volvió a decir que estaba llena la memoria pero esta vez con las fotos necesarias.

Ya con todas las fotos me dediqué a ver el espectáculo que a partir de ese momento empezó a declinar, el ganado salió manso y flojo, Roberto, el último matador que brilló por el gran esfuerzo y elegancia, terminó arrojándose cuatro veces él mismo sin el impulso del toro para estocarlo, pues ni siquiera se movió para envestir, cuando el toro por fin cayó sin aliento, la mitad de los espectadores ya estaban en la calle y la otra mitad estaba de pie pero para dirigirse a la salida.

Entrevisté a Arturo y confirmó lo que todos vimos, el ganado no respondió y a pesar de eso dio lo que esperaban de él, los que eran de la misma tierra que su abuelo.

Un local nos recomendó las hamburguesas de una esquina, las cuales el hambre hizo que supieran a gloria pero el paladar exigió que supieran a las de san julián.

Justo en ese momento una golondrina derramó sobre mi playera, lo que a otro le hubiese hecho traer una escopeta y dispararle a cuanta ave apareciera, pero afortunadamente me había caído a mí y mi playera era del "mismo color" que la sustancia de las entrañas de la golondrina.

Luego vimos cuatro chicas vestidas muy elegantes y sensuales con unas piernas perfectas, que nos recordaron que había que detenernos a ver la "serenata" donde las mujeres dan vueltas en la plaza del municipio alteño.

Ahí conocí a Nancy, quien es proveniente de un ranchito el cual ya no recuerdo nombre y que me había sonreído después de que mi mirada la había sonrojado, estuve a punto de quitarla y también chibiarme cuando me recordé que si me gustaba, no debía quitarle la mirada, demostrarle que me gustaba también y entonces la vi sola recargada en un pilar, vestía elegante mente zapatos de tacón amarillo, que combinaba con su falda a rayas azules.

Su mamá estaba comprando algo en un puesto artesanal y fue cuando la fui a saludar, les había dicho a mis alumnos de inglés que cualquier conversación se inicia con un saludo y pretendía seguir mi consejo, me presenté y le pregunté si era de san miguel a lo que me negó diciendo que vivía a una hora del lugar donde nuestras miradas se habían encontrado.

La madre la llamó y ella me besó la mejilla despidiéndose mientras yo trataba de recordar para siempre que busqué su mano para tocar su piel, para quedarme con el recuerdo de Nancy a quien no le pregunté su número telefónico y volver a ver a esa niña que se sonrojó con mi mirada y que me sonrió después que le sonreí, mucho antes de haber cruzado palabra.

No la volveré a ver a pesar que estaba feliz por haber entablado comunicación con una chica que me había emocionado e inspirado a vencer mi nerviosismo interno.

Carpio, mi acompañante me regaño que no entendiera el nombre del rancho pues él conocía todos los ranchos alteños cercas de San Miguel y pudo haberme llevado a donde era originaria la chica que había accedido a regresarme el saludo.

Me di cuenta de mi error y mi actitud positiva me dijo que no podía volver a dejar que sucediese eso de nuevo.

Y como si hubiese sido parte de un plan divino, la gente que cruzaba de un lado a otro de repente se detuvo, nadie entre ella y yo.

Ella agitaba su cabello el cual estaba lleno de confeti, pareció como si lo hubiese movido para hacer la fórmula ideal para seducirme, un cabello rubio como el que suele hipnotizarme y paralizar, unos ojos grandes y la estatura ideal para mis brazos.

Vestía a la moda, gris con azul y yo pensando que foto borrar para no olvidarla.

Algo dijo Carpio que no le puse atención pero me recordó que tenía que hablarle y no dejar ir a esta mujer impresionante, así que le pedí permiso a mi amigo para dejarlo sólo por un momento y que fuese testigo de mi acto de valor como lo hicieron unas horas antes los toreros frente a los cuernos pesados, mi amigo me decía que me detenía la cámara y le aclaré que era parte de mí y que la llevaría conmigo.

Así fui pues, con mi cámara al hombro, mi chaleco de fotógrafo y el corazón por delante.

Ella sacudía desesperadamente su cabello para quitar el confeti que sus admiradores que encontró en la plaza le arrojaron así que le dije, "yo no tengo confeti pero sí muchas ganas de conocerte, me llamo Maico".

Se me secaron las palabras después, pues me miró fijamente a los ojos, con una sonrisa que me alivió el alma.

"Me llamo Anahí", me dijo después de haber estudiado mis ojos que estaban a un aliento de distancia de los míos, le pregunté si era de San Miguel con la esparanza que me contradijera y que me dijera que era más bien de mi corazón, que vivía en mis sueños y en mi futuro, pero afirmó a mi pregunta, radicaba en San Miguel el alto, Jalisco.

Antes de llegar a la plaza, Carpio me había advertido que no invitara a caminar a nadie de San Miguel pues me contó que los cholos, los cuales estaban por todos lados, golpeaban, asaltaban y lastimaban a los que se acercaban a las chicas que les gustaban, así que pregunté si tenía novio, me dijo que sí y yo pensé en voz alta "por supuesto, es de esperarse", a lo que ella aludió que apenas habían empezado a andar y a penas lo conocía.

Parecía como si el picador había metido su lanza en mi pecho, pero no dolía, la adrenalina evitaba cualquier dolor y sólo sentía como se me escapaba el corazón, ella estaba interesada en mí.

Le dije que por le menos me dejara tener su correo para que así nos conociéramos y así volvernos amigos, que se me habían acabado las tarjetas pero yo escribiría primero.

Me lo negó, me dijo ¡que mejor apuntara su teléfono! y me comunicara con ella, fue cuando me di cuenta que me dictaba una lada de León a lo que le dio pie a más tema de conversación, le pregunté si estudiaba allá y ella resultó ser residente de la misma universidad que yo pero en la carrera de Educación, la cual me decía mucho de su personalidad que cada vez me atraía más y más.

"Me tengo que ir, mis amigas me esperan" me dijo después de un beso en la mejilla que me sonrojó hasta la más pálida parte del cuerpo, el cual se concentró en esa pequeña parte de mejilla que ahora está llena de sonrisa.

Sentí que los latidos de mi corazón se iban alejando conforme sus pasos la llevaban lejos de mí, me despedí de mi razón para darle la bienvenida a los sueños y a las divagaciones diurnas, le daba la bienvenida y me despedía al mismo tiempo con la mirada.

Al día siguiente le marqué concentrado en empezar esta amistad que ya imaginaba que volaría a evolucionar con besos y abrazos, a una relación más cotizada, marqué el número y al colocar el teléfono al oído se escuchó una voz masculina, en vano pregunté por ella pues no era su número telefónico.




Gran faena, como al toro me han ilusionado con el capote y ahora escucho que le gritan, ole.