Encaprichada esperanza




La docilidad con la que intervienes


para ayudarme a cargar una cruz


es tan discreta, juzgando que no apareces


cuando su tamaño ahoga la luz


y los brazos anuncian romperse.




Mientras reprocho la carencia aparente


de responder al auxilio desesperado,


cuando creo que a mi vida


se le desmoronaron los pilares,


mis pies pisan la frontera de un nuevo día


me impulsa andar una encaprichada esperanza


porque aun coloco bocado en el plato


y entusiasmo para usar la cuchara.




Estoy viendo la abundancia de otros


en mi carencia y envidia,


pidiendote a ti que satisfagas


mi codicia berrinchuda


ante tu imagen humilde y huesuda


preguntándote si merzco sostener


las monedas de plata que te crucifican


en lugar de hacerte la pregunta


si merzco tu generoso cielo


al que sólo entran aquellos


que renunciaron a los caprichos


de su egoismo, ambición y soledad.




Pero en mi momento de fe desnutrida


dejas un destello para seguir creyendo,


para que mis ojos enfoquen


y distingan su mano paternal


que por ser grandiosa


no la distingo en mi pequeñez.




Soy conciente que me amas


y sigues tratando de enseñarme


a sufrir y amar, a ser feliz y reír


a hacerme ver que un padre


te deja llorar para fortalecerte,


que él llora contigo


pero no te dará de beber agua de mar


ni el veneno que quieres saborear,


Él te pide que eches redes


y te sientes a su lado,


te enseña a no espantar a los peces


y lo invites a comer después.




No te tardes entonces


a venir a cenar conmigo


ésta y todas las noches


que me acobarda su oscurantismo


si no siento que mi mano sostienes


y me conservas en tu camino.




Maico Barocio




Espacio vacante

Se solicita personal femenino

para llenar el espacio vacante

en unos brazos suaves y tibios,

que sepa en ellos acurrucarse

mientras le hablo al oido.



Debe tener corazón abierto

donde pueda poner todo mi amor,

que hable tres idiomas completos:

a las miradas darles interpretación,

que hable fluidamente el de besos

y que a mi mente lea a la perfección.



No se requiere experiencia

pues dejaré desnuda el alma,

conocerme poco a poco sería

parte de las labores asignadas.



Ofrezco diario, muchos besos repartidos

del norte a sur de su piel,

caricias que recorran sus caminos

e impregnen dulzura en su ser.



La aspirante deberá presentarse

con disposición a ser amada

por alguien que quiere entregarse

sin condiciones, ganas de ser mirada

por un enamorado a punto de perderse

en el sueño de felicidad final

porque unió la vieja dicotomía

que era su vida antes de ella.



escrito por Maico Barocio.

la faena




El martes, toda la mala suerte del mundo me perseguía... hasta que la vi...

Venía ella de dar vueltas en el jardín principal de san miguel el alto, pues tenía el pelo lleno de confeti y se había detenido a quince pasos frente de mí para sacudir su cabello y mi juicio...

Esa mañana fui al colegio como siempre, me había desvelado poniéndome al corriente con pendientes que no me permitieron preparar bien mis clases así que llegué al salón de maestros para saber que tenía que improvisar revisando mi programa, son niños de secundaria de colegio que hay que tener trabajando porque si no se paran a platicar y a estrellarle la cabeza a sus compañeros sobre el pupitre y así llamar la atención de su compañera que tienen al lado, y que a pesar que los tengas con mil labores lo harán en cuanto crean que no los vez, pero haciéndoles actuar como que trabajan es más fácil distinguir a los desordenados.

Las clases transcurrieron bien, tenía el plan de dejarles suficientes ejercicios para que me dejaran revisarles el cuaderno pero hubo algunos que terminaban tan rápido o me preguntaban dudas de las indicaciones que no me dieron chance de revisarles a todos así que mañana habrá que aplicar la misma dosis, además que me gusta explicarles de manera personal a cada uno para comprobar que estoy haciendo bien mi trabajo.

Saliendo de clase se me había olvidado por completo que tenía que ir a San Miguel a tomar fotos de la corrida de toros, quizá la desvelada o a lo mejor la cantidad de trabajo que me esperaba en la oficina y en la papelería me hicieron olvidar tan importante evento.

Llamé a Hugo como de rutina cuando salgo del Colegio y entonces me recordó la agenda, afortunadamente antes que se diera cuenta de mi amnesia, él definitivamente no iría a san miguel para evitar a cierta persona que no quiere encontrar, así que le pregunté por alguien que me acompañara y me ayudase a identificar gente del hermoso san julián, sugerí un amigo y estaba disponible, nada más afinamos detalles y se organizó.

Salimos de San Julián y empezó todo, tráfico y no conocer la ciudad, tardamos más en estacionarnos que en viajar por la carretera para llegar a "la joya arquitectónica de los altos de jalisco".

El estacionamiento hasta eso no era exageradamente caro como suele serlo en las fiestas municipales, 30 pesos, pero no era ni el más cercano ni el más seguro, estábamos al lado del río y bromeábamos que el coche se cairía a la corriente y regresábamos sin coche, pero eso lo dijimos para quemarle al día ese acontecimiento y así, que "ya no sucediese".

Caminamos tres cuadras y llegamos a la plaza de toros donde por media hora no encontrábamos a nadie de san julián para publicarlo en la revista, después el amigo invitado llamado Juan Pablo Carpio me dio la clave, "todos los de san julián en realidad el día que vienen es el domingo, no el martes" y pues bueno, aun así buscamos.

Encontramos a los Chapeteados, jefes del papá de Hugo, las hermanas de Hugo y a un señor que yo no reconocía realmente pero él a mí sí.

También le tomamos foto a la reciente reina actual de san miguel la cual le transmitimos la mala suerte de que varios hombres grandes de edad nos empezaron a pedir que les tomáramos fotos como si se tratase de una edecán o una artista de telenovela.

Empezó la música para cortar la plaza y encabezó la madrina, así que le indiqué a mi amigo que me asistía con los nombres de las personas que era hora de escapar de las gradas para tomar valor e ir a las protecciones del ruedo desde donde tomaría las fotos a los temibles toros y valientes toreros.

Salimos y antes hicimos una pausa en la tienda para comprar agua, pues ni habíamos comido, cuando fuimos a la puerta de los toriles no nos dejaron entrar, no estábamos acreditados, de nada servía tener mi camarota colgada al cuello, una camarota reflex negra profesional con un lente de de 150 milímetros que indicaba que si estaba viéndole los piojos al toro, probablemente estaba muy cerca de él...

Pero el de la entrada me dijo no, no y no, sin acreditación no se podía hacer nada, que intentara buscar al encargado pero que era algo imposible y eso sonaba muy razonable pues ya habían empezado a escucharse los "oles" y ni modo que se perdiera la fiesta por ir a atender a un supuesto fotógrafo no acreditado y dejarle entrar gratis a él y a su acompañante.

Se deshizo de mí por un instante cuando me dijo que a lo mejor "Pablito" en la otra puerta me dejaría entrar, pero el empresario responsable del evento me dijo, ningún "Pablito", sin acreditación no entras y esas se dieron en la mañana.

Estaba por darme por vencido o con la tentación de comprar mi boleto de $250 pesos por cabezón, y tenía ganas de entrar a ver mi primera corrida de toros en la vida.

Regresé a la puerta de los toriles y tenía una cara de frustración que me notó el de la puerta cuando sacaron al primer toro muerto, el portero vio mi valor al pararme frente a los enormes percherones que casi me atropellaban y jalaban al derrotado y humillado toril, por supuesto que tuve cuidado de todos modos y miedo, pero debía tomarle una foto al torero con mi telefoto aunque sea desde ahí, pues no tenía evento sin una foto de algún torero en pose de gloria.

Cuando le vi su cara de sorpresa le pregunté, "¿qué, no vez por ahí a Pablito para que nos deje entrar?

Entonces me pidió mi credencial de prensa y cerró la puerta para buscar a ese "alguien" que le otorgara permiso para dejarnos pasar.

No estaba tan mal el día, a penas salía el segundo toro llamado "el amigo".

Resulta que estuve tomando fotos al lado del empresario que había organizado y administrado el evento, ahí me enteré que era primo de la mamá de mi socio Hugo, mismo empresario que nos dijo en la taquilla "sin acreditación no entras" y que ahora me decía, "me hubieras dicho que eras el amigo de Hugo" con una risa de ironía.

Entró al ruedo Arturo Macías, luciéndose con una maestría para mover el capote y enfrentar al toro llamado "el maestro" con el que me di cuenta porqué existía la afición por matar un animal.

También, por la velocidad por la que pasaba a mi lado el toro, me di cuenta del valor necesario para cruzar de la protección donde estaba yo, al ruedo donde la sangre estaba fresca, por momentos dejaba de tomar fotos para aplaudir.

Una hora antes de partir viaje le había llamado a mi ex jefe, el "Lupillo" quien era el comisionado para tomarle las fotos en los toros de león para el periódico am, pero resultaba que descansaba este día, nuevamente me salvaba pues el mejor de fotógrafo que había conocido, Chuy Montoya, iba llegando para darme el consejo que buscaba para tomar la foto certera y válida.

La plaza llena de empresarios, de mujeres hermosas y elegantes se ponían de pie para aplaudir al nuevo ídolo de México, Arturo Macías, que esa tarde fue quien más impresionó y me regaló unas imágenes con las que les dejaré boquiabiertos varios.

Un empresario vio la revista y me prometió una visita a la oficina para hablar de negocios y una posible compra de publicidad, Dios nos bendecía.

Estaba en mis mejores fotos, fotos que me hacían brincar de alegría pues sabía que estaban saliendo increíbles y correctas cuando la cámara me dijo que ya no había espacio en mi memoria.

Inmediatamente me puse a borrar fotos que creí innecesarias, contaba mi pantalla 340 fotos y aunque borré cerca de cien y moví todo de todo en la cámara, la pantalla seguía marcando memoria llena, le pregunté a un colega y le pregunté a otro, me prestaron otra cámara la cual también confirmó lo que decía la mía, no cabía una foto más en mi memoria y faltaba una foto importante, la del empresario que era primo de mi socio Hugo y los organizadores del evento...

la última foto que tomé era magnífica, Arturo Macías con el gesto de la bravura acariciando el lomo del toro furioso tratando de poner sus pitones en el capote, mis colegas que trataban de ayudarme a arreglar mi "Lucy in the sky with diamonds" (como había bautizado mi cámara), aplaudieron y chuleaban mi foto y ahí se me ocurrió que era esta magnífica imagen era la que causaba el conflicto.

Uno de los fotógrafos me dijo "ahorita vas a sacar fotos mejores, bórrala"... la contemplé por última vez y le di borrar, como si se hubiese tratado de una maldición o una profecía, pude seguir tomando fotos hasta que la cámara volvió a decir que estaba llena la memoria pero esta vez con las fotos necesarias.

Ya con todas las fotos me dediqué a ver el espectáculo que a partir de ese momento empezó a declinar, el ganado salió manso y flojo, Roberto, el último matador que brilló por el gran esfuerzo y elegancia, terminó arrojándose cuatro veces él mismo sin el impulso del toro para estocarlo, pues ni siquiera se movió para envestir, cuando el toro por fin cayó sin aliento, la mitad de los espectadores ya estaban en la calle y la otra mitad estaba de pie pero para dirigirse a la salida.

Entrevisté a Arturo y confirmó lo que todos vimos, el ganado no respondió y a pesar de eso dio lo que esperaban de él, los que eran de la misma tierra que su abuelo.

Un local nos recomendó las hamburguesas de una esquina, las cuales el hambre hizo que supieran a gloria pero el paladar exigió que supieran a las de san julián.

Justo en ese momento una golondrina derramó sobre mi playera, lo que a otro le hubiese hecho traer una escopeta y dispararle a cuanta ave apareciera, pero afortunadamente me había caído a mí y mi playera era del "mismo color" que la sustancia de las entrañas de la golondrina.

Luego vimos cuatro chicas vestidas muy elegantes y sensuales con unas piernas perfectas, que nos recordaron que había que detenernos a ver la "serenata" donde las mujeres dan vueltas en la plaza del municipio alteño.

Ahí conocí a Nancy, quien es proveniente de un ranchito el cual ya no recuerdo nombre y que me había sonreído después de que mi mirada la había sonrojado, estuve a punto de quitarla y también chibiarme cuando me recordé que si me gustaba, no debía quitarle la mirada, demostrarle que me gustaba también y entonces la vi sola recargada en un pilar, vestía elegante mente zapatos de tacón amarillo, que combinaba con su falda a rayas azules.

Su mamá estaba comprando algo en un puesto artesanal y fue cuando la fui a saludar, les había dicho a mis alumnos de inglés que cualquier conversación se inicia con un saludo y pretendía seguir mi consejo, me presenté y le pregunté si era de san miguel a lo que me negó diciendo que vivía a una hora del lugar donde nuestras miradas se habían encontrado.

La madre la llamó y ella me besó la mejilla despidiéndose mientras yo trataba de recordar para siempre que busqué su mano para tocar su piel, para quedarme con el recuerdo de Nancy a quien no le pregunté su número telefónico y volver a ver a esa niña que se sonrojó con mi mirada y que me sonrió después que le sonreí, mucho antes de haber cruzado palabra.

No la volveré a ver a pesar que estaba feliz por haber entablado comunicación con una chica que me había emocionado e inspirado a vencer mi nerviosismo interno.

Carpio, mi acompañante me regaño que no entendiera el nombre del rancho pues él conocía todos los ranchos alteños cercas de San Miguel y pudo haberme llevado a donde era originaria la chica que había accedido a regresarme el saludo.

Me di cuenta de mi error y mi actitud positiva me dijo que no podía volver a dejar que sucediese eso de nuevo.

Y como si hubiese sido parte de un plan divino, la gente que cruzaba de un lado a otro de repente se detuvo, nadie entre ella y yo.

Ella agitaba su cabello el cual estaba lleno de confeti, pareció como si lo hubiese movido para hacer la fórmula ideal para seducirme, un cabello rubio como el que suele hipnotizarme y paralizar, unos ojos grandes y la estatura ideal para mis brazos.

Vestía a la moda, gris con azul y yo pensando que foto borrar para no olvidarla.

Algo dijo Carpio que no le puse atención pero me recordó que tenía que hablarle y no dejar ir a esta mujer impresionante, así que le pedí permiso a mi amigo para dejarlo sólo por un momento y que fuese testigo de mi acto de valor como lo hicieron unas horas antes los toreros frente a los cuernos pesados, mi amigo me decía que me detenía la cámara y le aclaré que era parte de mí y que la llevaría conmigo.

Así fui pues, con mi cámara al hombro, mi chaleco de fotógrafo y el corazón por delante.

Ella sacudía desesperadamente su cabello para quitar el confeti que sus admiradores que encontró en la plaza le arrojaron así que le dije, "yo no tengo confeti pero sí muchas ganas de conocerte, me llamo Maico".

Se me secaron las palabras después, pues me miró fijamente a los ojos, con una sonrisa que me alivió el alma.

"Me llamo Anahí", me dijo después de haber estudiado mis ojos que estaban a un aliento de distancia de los míos, le pregunté si era de San Miguel con la esparanza que me contradijera y que me dijera que era más bien de mi corazón, que vivía en mis sueños y en mi futuro, pero afirmó a mi pregunta, radicaba en San Miguel el alto, Jalisco.

Antes de llegar a la plaza, Carpio me había advertido que no invitara a caminar a nadie de San Miguel pues me contó que los cholos, los cuales estaban por todos lados, golpeaban, asaltaban y lastimaban a los que se acercaban a las chicas que les gustaban, así que pregunté si tenía novio, me dijo que sí y yo pensé en voz alta "por supuesto, es de esperarse", a lo que ella aludió que apenas habían empezado a andar y a penas lo conocía.

Parecía como si el picador había metido su lanza en mi pecho, pero no dolía, la adrenalina evitaba cualquier dolor y sólo sentía como se me escapaba el corazón, ella estaba interesada en mí.

Le dije que por le menos me dejara tener su correo para que así nos conociéramos y así volvernos amigos, que se me habían acabado las tarjetas pero yo escribiría primero.

Me lo negó, me dijo ¡que mejor apuntara su teléfono! y me comunicara con ella, fue cuando me di cuenta que me dictaba una lada de León a lo que le dio pie a más tema de conversación, le pregunté si estudiaba allá y ella resultó ser residente de la misma universidad que yo pero en la carrera de Educación, la cual me decía mucho de su personalidad que cada vez me atraía más y más.

"Me tengo que ir, mis amigas me esperan" me dijo después de un beso en la mejilla que me sonrojó hasta la más pálida parte del cuerpo, el cual se concentró en esa pequeña parte de mejilla que ahora está llena de sonrisa.

Sentí que los latidos de mi corazón se iban alejando conforme sus pasos la llevaban lejos de mí, me despedí de mi razón para darle la bienvenida a los sueños y a las divagaciones diurnas, le daba la bienvenida y me despedía al mismo tiempo con la mirada.

Al día siguiente le marqué concentrado en empezar esta amistad que ya imaginaba que volaría a evolucionar con besos y abrazos, a una relación más cotizada, marqué el número y al colocar el teléfono al oído se escuchó una voz masculina, en vano pregunté por ella pues no era su número telefónico.




Gran faena, como al toro me han ilusionado con el capote y ahora escucho que le gritan, ole.

Desnudo



"Desnudo"


Exhibido por rayos de luna
presumía pobre vellosidad
que cuestionaba de atractivo
pero valoraba su presencia.

Dedos paseaban por este jardín
de cabellos y besos repartidos,
desnudo y acariciado
le hacía el amor a la noche.

Insectos pervertidos envidiaban
el roce de los dedos sobre la piel
que demostraba placer al tocar
y una melodía que se bebía sin beber.

Mis oídos escuchaban mi interior,
la piel estaba sobre su piel,
su boca dentro de la mía
y mis ojos bañaban su cuerpo.

Éramos dos palabras
compartiendo el mismo verso,
dos besos compartiendo un alma,
caminos que festejaron su encuentro
y nos vestimos de intimidad
para cubrirnos con nuestras manos
y embriagarnos con nuestras bocas.

Maico



ilusión

Tus ojos relajados, dorados y secos
me tienen surto sembrándome letras,
de líneas naranjas que se tornan rojas
cuando huellas nacen matando el deseo.

No me desnuda el movimiento
de tus ojos lentos y sedientos
mas me tocan suave, poco a poco,
me llaman, me nombran, los convoco.

Medí tu boca en mi piel
y sigo midiendo, y no calculo
los besos que pueden y caben,
no se aglomeran, no se borran.

El reloj se detiene a ver tus labios
espera curioso y canta el silencio,
yo quiero que dibujen mi nombre
y todo espera, todo muere.

Tu cabello me presume,
te acaricia y te rodea
susurra lo que piensas
mas no me dice, me tienta.

Sedentaria, sigues quieta
te quiero desvestir la inercia
así que me acerco, huelo el óleo,
y me despierta la marca del pincel.

Maico Barocio

En esta ocasión cedo la pluma al genialísimo maestro Cortazar para que acompañe a mi foto, creo que este texto es el ideal.

Por favor, espero sus comentarios.

Hay que ser realmente idiota para...
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Hace años que me doy cuenta y no me importa, pero nunca se me ocurrió escribirlo porque la idiotez me parece un tema muy desagradable, especialmente si es el idiota quien lo expone.

Puede que la palabra idiota sea demasiado rotunda, pero prefiero ponerla de entrada y calentita sobre el plato aunque los amigos la crean exagerada, en vez de emplear cualquier otra como tonto, lelo o retardado y que después los mismos amigos opinen que uno se ha quedado corto.

En realidad no pasa nada grave pero ser idiota lo pone a uno completamente aparte, y aunque tiene sus cosas buenas es evidente que de a ratos hay como una nostalgia, un deseo de cruzar a la vereda de enfrente donde amigos y parientes están reunidos en una misma inteligencia y comprensión, y frotarse un poco contra ellos para sentir que no hay diferencia apreciable y que todo va benissimo.

Lo triste es que todo va malissimo cuando uno es idiota, por ejemplo en el teatro, yo voy al teatro con mi mujer y algún amigo, hay un espectáculo de mimos checos o de bailarines tailandeses y es seguro que apenas empiece la función voy a encontrar que todo es una maravilla.

Me divierto o me conmuevo enormemente, los diálogos o los gestos o las danzas me llegan como visiones sobrenaturales, aplaudo hasta romperme las manos y a veces me lloran los ojos o me río hasta el borde del pis, y en todo caso me alegro de vivir y de haber tenido la suerte de ir esa noche al teatro o al cine o a una exposición de cuadros, a cualquier sitio donde gentes extraordinarias están haciendo o mostrando cosas que jamás se habían imaginado antes, inventando un lugar de revelación y de encuentro, algo que lava de los momentos en que no ocurre nada más que lo que ocurre todo el tiempo.

Y así estoy deslumbrado y tan contento que cuando llega el intervalo me levanto entusiasmado y sigo aplaudiendo a los actores, y le digo a mi mujer que los mimos checos son una maravilla y que la escena en que el pescador echa el anzuelo y se ve avanzar un pez fosforecente a media altura es absolutamente inaudita.

Mi mujer también se ha divertido y ha aplaudido, pero de pronto me doy cuenta (ese instante tiene algo de herida, de agujero ronco y húmedo) que su diversión y sus aplausos no han sido como los míos, y además casi siempre hay con nosotros algún amigo que también se ha divertido y ha aplaudido pero nunca como yo, y también me doy cuenta de que está diciendo con suma sensatez e inteligencia que el espectáculo es bonito y que los actores no son malos, pero que desde luego no hay gran originalidad en las ideas, sin contar que los colores de los trajes son mediocres y la puesta en escena bastante adocenada y cosas y cosas.

Cuando mi mujer o mi amigo dicen eso --lo dicen amablemente, sin ninguna agresividad-- yo comprendo que soy idiota, pero lo malo es que uno se ha olvidado cada vez que lo maravilla algo que pasa, de modo que la caída repentina en la idiotez le llega como al corcho que se ha pasado años en el sótano acompañando al vino de la botella y de golpe plop y un tirón y no es mas que corcho.

Me gustaría defender a los mimos checos o a los bailarines tailandeses, porque me han parecido admirables y he sido tan feliz con ellos que las palabras inteligentes y sensatas de mis amigos o de mi mujer me duelen como por debajo de las uñas, y eso que comprendo perfectamente cuánta razón tienen y cómo el espectáculo no ha de ser tan bueno como a mí me parecía (pero en realidad a mí no me parecía que fuese bueno ni malo ni nada, sencillamente estaba transportado por lo que ocurría como idiota que soy, y me bastaba para salirme y andar por ahí donde me gusta andar cada vez que puedo, y puedo tan poco).

Y jamás se me ocurriría discutir con mi mujer o con mis amigos porque sé que tienen razón y que en realidad han hecho muy bien en no dejarse ganar por el entusiasmo, puesto que los placeres de la inteligencia y la sensibilidad deben nacer de un juicio ponderado y sobre todo de una actitud comparativa, basarse como dijo Epicteto en lo que ya se conoce para juzgar lo que se acaba de conocer, pues eso y no otra cosa es la cultura y la sofrosine.

De ninguna manera pretendo discutir con ellos y a lo sumo me limito a alejarme unos metros para no escuchar el resto de las comparaciones y los juicios, mientras trato de retener todavía las últimas imágenes del pez fosforecente que flotaba en mitad del escenario, aunque ahora mi recuerdo se ve inevitablemente modificado por las críticas inteligentísimas que acabo de escuchar y no me queda más remedio que admitir la mediocridad de lo que he visto y que sólo me ha entusiasmado porque acepto cualquier cosa que tenga colores y formas un poco diferentes.

Recaigo en la conciencia de que soy idiota, de que cualquier cosa basta para alegrarme de la cuadriculada vida, y entonces el recuerdo de lo que he amado y gozado esa noche se enturbia y se vuelve cómplice, la obra de otros idiotas que han estado pescando o bailando mal, con trajes y coreografías mediocres, y casi es un consuelo pero un consuelo siniestro el que seamos tantos los idiotas que esa noche se han dado cita en esa sala para bailar y pescar y aplaudir.

Lo peor es que a los dos días abro el diario y leo la crítica del espectáculo, y la crítica coincide casi siempre y hasta con las mismas palabras con o que tan sensata e inteligentemente han visto y dicho mi mujer o mis amigos.

Ahora estoy seguro de que no ser idiota es una de las cosas más importantes para la vida de un hombre, hasta que poco a poco me vaya olvidando, porque lo peor es que al final me olvido, por ejemplo acabo de ver un pato que nadaba en uno de los lagos del Bois de Boulogne, y era de una hermosura tan maravillosa que no pude menos que ponerme en cuclillas junto al lago y quedarme no sé cuánto tiempo mirando su hermosura, la alegría petulante de sus ojos, esa doble línea delicada que corta su pecho en el agua del lago y que se va abriendo hasta perderse en la distancia.

Mi entusiasmo no nace solamente del pato, es algo que el pato cuaja de golpe, porque a veces puede ser una hoja seca que se balancea en el borde de un banco, o una grúa anaranjada, enormísima y delicada contra el cielo azul de la tarde, o el olor de un vagón de tren cuando uno entra y se tiene un billete para un viaje de tantas horas y todo va a ir sucediendo prodigiosamente, el sándwich de jamón, los botones para encender o apagar la luz (una blanca y otra violeta), la ventilación regulable, todo eso me parece tan hermoso y casi tan imposible que tenerlo ahí a mi alcance me llena de una especie de sauce interior, de una verde lluvia de delicia que no debería terminar más.

Pero muchos me han dicho que mi entusiasmo es una prueba de inmadurez (quieren decir que soy idiota, pero eligen las palabras) y que no es posible entusiasmarse así por una tela de araña que brilla al sol, puesto que si uno incurre en semejantes excesos por una tela de araña llena de rocío, ¿qué va a dejar para la noche en que den King Lear? A mí eso me sorprende un poco, porque en realidad el entusiasmo no es una cosa que se gaste cuando uno es realmente idiota, se gasta cuando uno es inteligente y tiene sentido de los valores y de la historicidad de las cosas, y por eso aunque yo corra de un lado a otro del Bois de Boulogne para ver mejor el pato, eso no me impedirá esa misma noche dar enormes saltos de entusiasmo si me gusta como canta Fischer Dieskau.

Ahora que lo pienso la idiotez debe ser eso: poder entusiasmarse todo el tiempo por cualquier cosa que a uno le guste, sin que un dibujito en una pared tenga que verse menoscabado por el recuerdo de los frescos de Giotto en Padua.

La idiotez debe ser una especie de presencia y recomienzo constante: ahora me gusta esta piedrita amarilla, ahora me gusta "L'année dernière à Marienbad", ahora me gustas tú, ratita, ahora me gusta esa increíble locomotora bufando en la Gare de Lyon, ahora me gusta ese cartel arrancado y sucio. Ahora me gusta, me gusta tanto, ahora soy yo, reincidentemente yo, el idiota perfecto en su idiotez que no sabe que es idiota y goza perdido en su goce, hasta que la primera frase inteligente lo devuelva a la conciencia de su idiotez y lo haga buscar presuroso un cigarrillo con manos torpes, mirando al suelo, comprendiendo y a veces aceptando porque también un idiota tiene que vivir, claro que hasta otro pato u otro cartel, y así siempre.

Julio Cortázar